Exposición organizada por la Fundación MAPFRE con la colaboración del Ayuntamiento de Estepona
Henri Matisse
Carta a Henry Clifford, 14 de febrero de 1948
Desde 1997 Fundación MAPFRE ha centrado sus esfuerzos en la recuperación de la obra sobre papel de aquellos artistas y movimientos relevantes para apreciar la evolución y usos del dibujo y la pintura tanto en España como en Europa. La selección de piezas que presentamos hoy, abarca un periodo que discurre entre mediados del siglo XIX y mediados del XX, precisamente el momento en el que el dibujo todavía vive su doble condición. Si por un lado es un medio creativo para la ejecución final de otras obras, muestra al mismo tiempo su independencia, es un arte pleno y suficiente.
La exposición inicia su recorrido con aquellos dibujos que en los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX constituían la expresión de un cambio profundo en el ámbito de las artes visuales. Las obras de Ignacio Pinazo, Edgar Degas, Auguste Rodin o Gustav Klimt, por citar solo algunas, son ejemplo inmejorable de esta transformación histórica. Con ellas, los dibujos del primer Picasso y los de aquellos artistas españoles que, como Nonell, suponen un cambio de rumbo en la compleja historia de las artes visuales en nuestro país, una transformación que se había iniciado previamente con artistas como Darío de Regoyos.
Ignacio Pinazo
Pareja en una mesa, c. 1907
Grafito sobre papel, 16 x 21 cm.
Egon Schiele
Schlafendes Mädchen [Joven dormida], 1909
Acuarela, pastel y grafito sobre papel, 22,4 x 22,2 cm.
El cubismo llevó a cabo una transformación radical del lenguaje pictórico. La Colección de Fundación MAPFRE permite conocer cómo se llevó a cabo en los dibujos de Picasso, Juan Gris o André Lhote. Pero la influencia del cubismo no se limita a las obras que cabe considerar como más ortodoxas, se percibe también en dibujos que no se deben incluir en esta tendencia, pero que no la olvidan. Tal es el caso de Luis Fernández o de Rafael Barradas, creador del vibracionismo. La riqueza del surrealismo se pone de manifiesto en la obra, tan diferente, de Joan Miró y Salvador Dalí o en los dibujos de Óscar Domínguez de los años treinta. Ahora bien, sería por completo improcedente pensar que el arte contemporáneo es una sucesión lineal de estilos. La incidencia de unos sobre otros y la incidencia de poéticas diferentes permiten hablar de una trama en la que se articulan maneras y motivos diversos. Las obras de Henri Matisse, las de Julio González y las de Alberto Sánchez escapan a la rigidez de una clasificación, al igual que sucede con las de Daniel Vázquez Díaz y, ya en nuestros días, con las de Antoni Tàpies o Eduardo Chillida.
El dibujo es una de nuestras expresiones más cercanas e íntimas, una idea, un descubrimiento, un método de expresión e introspección de la persona que lo realiza. Entre el dibujante y el papel sobre el que dibuja existe una relación directa. Dibujos son los que realizan los grandes artistas pero también los garabatos que hacemos muchas veces inconscientemente. El dibujo deja de ser un mediador, se convierte en obra de arte singular y autónoma a lo largo del siglo XVIII, desde entonces nunca ha dejado de serlo.
El cubismo, con Pablo Picasso, Juan Gris y André Lhote como algunos de sus principales protagonistas, llevó a cabo una transformación radical del lenguaje pictórico. Lothe, recordado como uno de los grandes teóricos de esta tendencia, muestra, a través del dibujo que presentamos, como lo abstracto y lo figurativo se entremezclan en planos volumétricos sosegados. Así mismo, destaca la figura de Albert Cleizes, que se instala en Barcelona en 1916 y realiza su primera exposición individual en la Galería Dalmau; sus obras de este periodo desestructuran los objetos en perspectivas geométricas, pero sin perder la referencia al mundo real.
De forma casi paralela, artistas como Alexander Archipenko o Kurt Schwitters se centran en el espíritu más constructivo de la de la pintura, tal y como podemos ver en Collage n°2, ca. 1913 o en Miniatura sin título, 1920; esta última ya con un espíritu claramente dadaísta que enlaza directamente con las enseñanzas de Francis Picabia y Serge Charchoune.
Auguste Rodin
Femme de dos, relevant son châle vert à la taille.
[Mujer de espaldas con mantón verde], c. 1900.
Por primera vez, Schwitters integró materiales de desecho en su producción a través de su concepto Merz: todo material era susceptible de ser preservado, toda creación humana especialmente aquellas que carecían de utilidad, era una obra de arte
La presencia privilegiada de los artistas españoles en París es permitió asistir de primera mano a la gestación del surrealismo. Algunos de los pintores que hoy presentamos fueron miembros activos del grupo y figuras fundamentales del movimiento. Tal es el caso de Salvador Dalí, Joan Miró, Luis Fernández u Óscar Domínguez, éste último, creador de la de calcomanía, técnica que se inscribe directamente en el círculo surrealista de Breton.
Edward Burne-Jones
Portrait of a Young Woman, Possibly María Zambaco
[Retrato de una joven, posiblemente María Zambaco], 1874
El recorrido expositivo se inicia con dibujos de autores españoles todavía ligados a la tradición, pero con rasgos que nos hacen pensar en ese comienzo de siglo que estaba por llegar. Mariano Fortuny, Joaquín Sorolla o Francisco Pradilla y Ortiz fueron artistas cosmopolitas, trabajaron fuera de nuestras fronteras y, además de conocer un éxito notable, conocieron las obras de maestros como Edgar Degas, Auguste Rodin o Egon Schiele.
Significativa es la presencia de Pablo Picasso en la capital francesa, donde desarrolló gran parte de su carrera y cuya obra sirvió como nexo entre las tendencias más innovadoras que se desarrollaban en París y el arte que se producía en España.
Los dibujos de Darío de Regoyos, Joaquim Sunyer, Enric Casanovas, Manuel Ángeles Ortiz o Francis Picabia, dialogan entre sí para hablarnos de un cambio de época y de un arte heterogéneo que recoge aspectos de los movimientos de vanguardia a través del ya citado Picasso, pero también del primer Salvador Dalí y de Joaquín Torres García, por citar solo algunos ejemplos.
Las relaciones entre Francia y España se tradujeron en una fuerte impronta surrealista en nuestro país, que se extendería en el tiempo y que caminaría junto con otras tendencias hasta mediados del siglo xx.
Una vez más, nos damos cuenta como resulta improcedente pensar que el arte contemporáneo es una sucesión lineal de estilos. El “nuevo realismo” de Arturo Souto o de Joaquín Peinado coexiste con la influencia surrealista en las obras de Julio González y Alberto Sánchez o en las más informalistas de Tàpies y Chillida.
Con el paso de los años, el límite entre los géneros artísticos se diluyó en un universo creativo que mezcló el dibujo con la pintura, la escultura con la acción y la arquitectura. Un ejemplo de esta actitud lo ofrece el dibujo de eduardo Chillida que se presenta en la exposición: es difícil establecer una solución de continuidad entre escultura relieve, collage y dibujo La textura y el cromatismo de los fragmentos de papel evocan cualidades visuales propias del hierro y de la madera, pero el dibujo se hace presente en el blanco del papel, a su vez vacío frente a una masa paradójicamente plana. La concepción tradicional de la mano que dibuja ha quedado sustituida por una mano que recorta, compone, pega… La colección nos ha conducido a una perspectiva diferente: no el dibujo tradicional, ahora una obra de la que el dibujo participa.